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 El fuego, los pirómanos y los bomberos: una violencia realizada.

 

 


«Si todo lo que cambia lentamente se explica por la vida, todo lo que cambia rápido se explica por el fuego.[i] »

G. Bachelard

 

La investigación en educación  es interpelada, desde hace algunos años, por un fenómeno adyacente aunque creciente y que reúne entorno a sí las preguntas y las angustias de los profesionales de la escuela [Charlot B.; Emin J.Cl. 1997]. Los cursos de recreación, los pasillos y las clases son, en efecto, lugares ocupados por otras relaciones distintas de las tradicionalmente admitidas como reparadoras o educativas, y la serenidad se echa a perder por una violencia verbal y gestual que asombra y daña, tanto más  cuanto que aparece de forma imprevisible, incontrolable y repetitiva. [Bachmann Ch. ; Leguennec N., 1996].

Esta violencia escolar  es objeto de numerosas medidas tendentes a reforzar los aspectos reglamentarios y a garantizar la securidad de las personas, permite igualmente designar  la autoridad que falla y los individuos no [Defrance B. 1999,] Autoriza, en fin, los modos de reunión portadores de reflexiones y de iniciativas orientadas hacia la creación de espacios de diálogo y deprevención[1].

 

La escuela se protege y el territorio que ésta ocupa no es, sin embargo, por el momento, invadido por los instintos no contenidos y devastadores de la barbarie. Si bien los espacios escolares son aún señalados como bien dispuestos para la instrucción y el aprendizaje, su público y los barrios en los cuales, se han implantado ciertos grupos escolares, no disfrutan de las mismas ventajas. Se enfrentan con expresiones poco ortodoxas y destructivas que deben movilizar la atención de los educadores y de aquellos cuyo oficio y misión son las de garantizar a todos un justo y estructurado acceso al conocimiento y a la madurez social [ Dubet F. ; Lapeyronnie D.]. Es pues, resorte de quien busca  el interesarse por fenómenos que, si bien no se refieren  directamente al interior de la red, inciden fuertemente sobre las relaciones y las enseñanzas. Lo que es más ; la escuela está íntimamente ligada, por sus actores, sus compañeros y sus contextos, a la vida exterior. La importancia creciente que toman ciertas formas de rechazo de los caminos de la socialización debería movilizar los análisis y las energías.

 

Nos detenemos, pues, en un aspecto de esta violencia, que se ejerce en ciertos barrios contra material automovilístico, para mostrar en qué nos puede cuestionar este tipo de prácticas en su informe incluso con la educación. En efecto, la desmedida experimentada por las dos formas de violencia ; insultos o ataque físico del maestro en la escuela e incendios de vehículos, es probablemente una llamada para volver a pensar los contratos sociales y lo que está en juego,en la complementariedad educativa y en nuestras [Lepoutre D.1997].

 

 

O tempora, o mores (a nuevos tiempos, nuevas costumbres)

 

Las diferentes y recurrentes cuestiones hechas por los movimientos incontrolables de jóvenes habitantes de ciertos barrios de la periferia, encuentran un modo de expresión dramático y angustioso cuando cuestionen las prácticas incendiarias con que se ataca a vehículos desde hace algunos años.

Estos comportamientos destructores parecen, en efecto, desobedecer a toda lógica y a todas las tradiciones ligadas a la expresión de una juventud que se libera de su infancia para acceder a la edad adulta. NO se trata ya más que de, por ejemplo, carreras de coches con conductores inesperados que se apoderan de vehículos prestados para desafiar las reglas de la buena conducción, probar la inutilidad de un permiso costoso y rivalizar en hazañas temerarias y peligrosas. Nosotros estamos igualmente lejos de los desafíos de la velocidad donde se mezclan brabatas inconscientes y pugilatos mecanizados. Estos actos, han sido a menudo analizados por los expertos y los medios de comunicación de masa como los suicidios no confesados de una generación con pocas esperanzas y en busca de una conquista imposible de la fama o de la inmortalidad.

 

Ya no se trata por otra parte, de guerrillas urbanas atacando con piedras los vehículos de los representantes del orden o de la policía de proximidad requerida en su misión y su estatuto de defensa de los privilegios inaccesibles. Ya no se trata , en fin, de rotura de cristales  y de robo de coches , tomados en las zonas y calles habitadas por una población mejor dotada y mejor protegida. El estadio del rapto está superado, lo que recuerda coyunturalmente a los que tenían poco más que nada, no les era dado absolutamente nada y era definitivamente adquirido. [Jazouli A.1995]

 

Respuestas y tanteos

 

¿El fuego provocado por etos incendios es, como dice G. Bachelard,la explicación de otro cambio rápido, y en el cual la velocidad no tiene permiso de los radares de los actores y de los observadores para identificarlo y dominarlo ?. Parecería ser este el caso, puesto que las medidas tomadas hasta ahora, que fueron numerosas y dirigidas hacia diferentes sujetos, no han conseguido limitar o atajar lo que bien podríamos llamar un fenómeno no dominado, ya que su aparición, su visibilidad deslumbradora y su fulgor escapan todavía a las categorizaciones y a los remedios.

Las respuestas sucesivas y coordinadas participan, sin embargo, de una búsqueda real de soluciones y éstas se inscriven en términos de prevención o de represión. En el esfuerzo en prevenir, primeramente, por la consideración de un problema social que pide ser solucionado por el bien de quienes parecen indicar, al ponerlo, su sufreimiento y su desesperación

 En la medida de represión, igualmente por la puesta en su lugar de una herramienta de evidencia y de lucha contra un nuevo eje de peligrosidad social que hace correr riesgos a un cimiento geopolítico y su legitimidad. Para hacerlo, la unión de los «compañeros sociales» a los cuales les conviene, por una vez, el calificativo,  se ha movilizado.

Se trató primero, por ejemplo, una vez superada la primera emoción y pronunciadas las primeras condenas,  de actuar más allá de un nuevo seguro social y de proponer una fiesta a quienes han pensado que su principal razón para iluminar el cielo urbano era responder a las explosiones festivas artificiales organizadas en otros sectores y por otros iluminadores. Esta preocupación qeuría atestiguar un cuidado benévolo de reducir por una tarde la distancia económica  e integrar de un modo lúdico preparado a su medida, a la población obligada a apartarse de las expresiones gastosas y consumistas de diferentes formas de ocio y de intereses. Una llamada fue lanzada a los trabajadores sociales , acostumbrados de hecho, que podían animar en la periferia las fiestas reproduciendo con menor coste, los espacios y las expresiones culturales del Centro y administradas por sus habitantes.

 

Estas medidas preventivas están generalmente acompañadas, precedidas o seguidas de medidas represivas, desde el refuerzo de patruyas y controles hasta la contratación de otros  y diversos vigilantes, guardianes de la tranquilidad pública, pasando por el efecto del anuncio de un trato judicial rápido en caso de flagrante delito y de algunos arrestos efectuados en el perímetro incriminado.

 

 De la manifestación...

 

Tras las decisiones intervencionistas tomadas a menudo con urgencia y en un contexto de crisis, vinrent los análisis, pues el papel primero fue dar a las diferentes disposiciones tomadas, una apariencia de justificación y de respaldo teórico. Las peritaciones permitieron la aparición de expertos, pues la legitimidad fue tan rápidamente reconocida que seguramente pesponde a las esperas  y a las necesidaes de los responsables y de los mandatos.

Para los analistas más optimistas, estas llamas encendidas corresponden al deseo de hacer llegar al cielo las chispas y los replandores comparables a los que disparan sobre los balcones de los lugares a la vista, por los fuegos artificiales, sirviéndose del instrumento más disponible, el más inflamable y el más volátil y de los medios más asequibles, llevados de la primera apetencia y de la técnica más simple.

Para otros, estos actos  renverraient a una provocación orquestada por un espíritu maligno o u colectivo  en banda y al acecho de un reconocimiento social interno, para asegurar un dominio de vecindad y provocar un poder mal aceptado, demasiado impuesto o demasiado distante.

Otra hipótesis, es la que cuestiona le grito silencioso o inaudible de reivindicaciones o de llamadas contra la mala vida, que se transforman en manifestaciones visibles en las que la fuerza simbólica se pone mal de acuerdo con un simple trato parcelario, con la ceguera o con la parcialidad.

Otra interpretación considera que los diferentes fuegos serían encendidos para ve, para verse y hacerse ver, en la oscuridad maléfica y anonimizante de espacios construídos de hormigón y ciegos, arguyendo que los autores de las antorchas  son ellos mismos los antónimos de los éteigneurs reverberaciones de nuestros antiguas y primeras urbanidades.

.... al torneo

Este último análisis parece estar suficientemente de acuerdo con el desarrollo de los acontecimientos y su inscripción en el tiempo. En efecto, a estos primieros instantes de búsqueda de otra visibilidad social por el fuego, le suceden entonces otros momentos y otras hogueras, encendidas de ciudad en ciudad, en manifestaciones concurrentes y sucesivas, de fuerza e intensidad. Esta extensión fue también interpretada:  a las reputaciones fundadas sobre la excelencia de un equipo deportivo o de un campeón, responderían las referencias   fundadas sobre el número de vehículos incendiados y lanzados como un desafío a todos los ue se mostrarían interesados.

Se podría añadir fidelidad a estas pistas de trabajo, si las interpretaciones que proponen tenían algún valor heurístico, es decir, si sus conclusiones permitían un avance comprensivo del fenómeno o un esbozo de un primer tratamiento; no hay nada de esto, los discursos se suceden, los incendios continúan, y los principales intereses no se cuestiones más que ante un tribunal o en el cuarto trasero de una comisaría.

O parece que hasta hoy en día se ha tenido alguna dificultad de medir el valor identificatorio y hechizante de este tipo de actos, y sus efectos, pues la inclinación supera al simple atentado contra los bienes, y puesto que la gratuidad no se puede explicar por el simple deseo de destrucción. Numerosas encuestas han mostrado cómo y por qué los jóvenes habitantes de los barrios situados en el extrarradio de nuestras ciudades, se identificaban con su bloque de edificios o su parte del barrio, y que incidentes podía tener este proceso de identificación en sus diferentes etapas y cara a cara de los diferentes protagonistas del hábitat social llevados a reencontrarse en los lugares públicos o semi-públicos.

 

El espejo vuelto…

 

Parece entonces paradójicamente, a primera vista, que frente a una dinámica de identificación que muestra todos los días su importancia y su eficacia, a priori en el momento en que se trata de defender un territorio o de valorarlo por el rendimiento exterior, se asiste a una destrucción de automóviles. Éstos representan efectivamente, las partes más marcadas y las más reivindicadas de la exteriorización y de la expresión social, puesto que son a la vez el único medio de diferenciación y los medios que están más en condiciones de permitir a quienes los poseen, acceder a la movilidad y a la salida de un enclave no deseado.  Y lo que es más, siendo el coche igualmente el único lugar que permite lo individual y la intimidad, no se comprende por qué algunos llegan a quemar lo que adoran , llevándolos a elegir los vehículos del grupo al que, por otro lado, reivindican pertenecer, sin que se pueda alegar una locura pasajera o embriaguez derivado de consumos diversos e irracionales ii.

Como decía C. Pétonnet, «estamos todos en la niebla» , y todavía no se a aportado ninguna respuesta convincente,  originada por peritaciones  en comandita, o  palabras explicativas de quienes mismamente han participado en este ritual tan controvertido.

Sin embargo, podemos, quizás, progresar con otra posible comprensión, haciendo referencia a la escritura perspicaz de G. Bachelard sobre la alquimia del fuego, que devora y transforma, como un animal insaciable cuyo apetito toma a veces aspecto de caricias y a veces aspecto de mordiscos. Parecería, efectivamente, que la atención que se presta a los incendios, estos fenómenos provocados por el fuego, puede ayudarnos en el difícil análisis de este hecho social. Vamos , por una vez, más bien a interesarnos por las consecuencias que por la génesis, en la medida en que existe una distancia entre nuestros propósitos y la fabricación de los hechos que nos parece más cómoda y más apropiada para aprehender las eventualidades producidas, en nuestra imposibilidad por asir eficazmente a aquellos que las han motivado.

Nuestro cuestionamiento se organizará a partir de tres hipótesis que explorarán cada una de los espacios interpretativos utilizando la referencia antropológica y simbólica primero, la observación factual después y finalmente, el análisis sociológico.  Nos parece, en efecto, que los fenómenos en cuestión deben ser analizados como hechos sociales, pues la importancia exige que sean interpretados por las bazas y los atributos de la complejidad.

 

 . . . A la polítca de la tierra quemada

 

Defendemos pues, nuestra primera hipótesis a cerca de la llamada a una primera referencia, la cultura de la chamicera, practicada por un paisanaje africano al que le falta espacio y tierra cultivable y que hemos visto actuar así, para despejar un terreno de las diferentes plantas y arbustos que lo cubren, y destinarlo a plantas para la alimentación, es decir al servicio del clan. El resultado de la quema es una tierra ennegrecida, enriquecida y sobre la cual va a ser posible plantar y recolectar.

Los coches que se encuentran delante de los edificios están puestos en fila en los aparcamientos, donde los responsables enterados los han expuesto sobre un suelo anteriormente libre de todo prestamo y que podía aún servir para los juegos y los descubrimientos.

La acumulación de edificios residenciales se ha conjugado con la reducción de los espacios aún sin ocupar y sobre los cuales han sido definidos ejes y cercados, debiendo satisfacer a las necesidades de ordenamiento y comodidad, pero sin tener en cuenta una primera necesidad, la de moverse y encontrarse. Estamos, pues, en presencia de un espacio inutilizable y de cuyo carácter inextricable puede compararse sólo con su propensión a volverse impracticable y peligroso. No hay renacimiento esperado entre los auto- inmóviles cuyas apariencias fueron a veces pensadas más para la mediocridad y la parsimonia que para el éxito y que son calificadas de « cajas podridas » ,  o son puesta ahí como incitaciones provocantes para el robo o la destrucción. Inutilizables en su indecente e injuriosa vejez o inabordables y sospechosos por su cómoda y costosa novedad, los coches no tienen pues, ningún interés directamente apropiable o identificatorio. Además, ocupan indebidamente un terreno sobre el que no se pueden ya experimentar otras movilidades ni otras socializaciones. El fuego está ahí, pudiendo dar al espacio otra utilidad más indispensable, eliminando los embarazosos y voluminosos testigos de ocupaciones salvajes no domesticadas.

De catarsis en profilaxis, en combinatoria o juxtaposición, la realización de estos actos destructores lleva, quizá, en ella la misma lógica que aquella que autoriza los incendios de bosques y de los regocijos nacidos del ritual cumplido sobre la tierra quemada.

Esta hipótesis explicativa que se emparenta con el rodeo antropológico, encuentra igualmente su origen en la metáfora del fuego cuyo calor y naturaleza caliente tiene poderes curativos y liberadores.  Metáfora largamente utilizada por las religiones y los alquimistas, quienes asocian la imagen del fuego a la de la vida y la creación y que es, también, imagen de purificación     del fuego del sacrificio inmolador o del infierno. Este periplo a través de las formas liberadores y recreativas del fuego iluminador, a las que se unirá su poder encantador y calorigène, no ofrece las mismas garantías a priori que las afirmaciones interpretativas anteriormente citadas. Esto invita sin embargo a la reflexión de aventurarse por un espacio desconocido, pero den el que la utopía podría ser fundadora y prueba de una mirada positiva a los comportamientos que no se pueden satisfacer con una interpretación apesadumbrada o desesperada.

 

De hacer fuegos . . . sin hacer sangre.

 

Para completar esta azarosa empresa comprensiva, podemos plantear otra constante y acercarnos así a otro análisis, más pragmático y más de acuerdo con las primeras observaciones hechas entorno a las hogueras. Numerosos testimonios Font estado del aspecto lúdico de estas concentraciones, en las que lo trágico reside, sobre todo, en el trato social y jurídico que les es destinado y que no han tenido, hasta ahora, otras consecuencias que la destrucción de objetos asegurados entorno a los cuales se reúne una población invitante y algunos invitados. Nuestra hipótesis podría, pues, ser la siguiente: el juego del que se trata, si bien contiene, como todos los juegos, una porción de riesgo, es una respuesta más madura y más convincente de lo que parece, con la unión de las solicitudes consumistas y  los peligros expuestos para quienes se someten a él.

Este juego podría ser en particular la expresión de una burla que se mofa y desdeña obligaciones y afanes mercantiles referidas a la posesión y conducción de un vehículo. Parecería, efectivamente, que un número significativo de coches incendiados son justamente las « cajas podridas » a las cuales se ha hecho alusión anteriormente, compradas por algunos cientos de marcos en la R.F.A. Estos automóviles pueden circular cuatro meses por Francia sin una nueva matrícula. Una vez superada la espera, es suficiente una chispa, un seguro y el problema está reglado. Los otros vehículos que serán quemados darán entonces a este vandalismo un crédito que garantizará su impunidad.

 

Nos aventuraremos. para terminar, en una última interpretación, que permitirá reactivar ciertos análisis presentes en la introducción. Nuestra tercera hipótesis concerniente a los coches incendiados será la de una respuesta festiva; sus resplandores y sus crepitares, que llevan a las luces del centro de la ciudad por lugares olvidados, iluminados por luces de neón y por pantallas televisivas. Luces sorpresas, respondiendo a aquellas con las que Estrasburgo se ha sabido tan bien iluminarse; capital brillante de múltiples y tornasoladas luces, joya y estuche a la vez, y fiesta improvisada, ausente de pesadeces y de las pesadeces e incertidumbres cotidianas, pero que las sublima o las desafía. Pues la fiesta está, quizá, ahí, oculta y renaciente, en los lugares donde no la esperan ni los organizadores oficiales de las uniones asociativas, deportivas y culturales, ni los adeptos a reuniones más íntimas y más quedas, en carnavales desafiantes de las posturas sociales y las máscaras de nuestras quimeras diurnas. Instituye sin duda, nuevas relaciones y nuevas representaciones a parte del mutismo actual de sus actores y de sus animadores y la distancia en la cual los instintos y las estrategias de seguridad los tienen, impide que aparezcan y que sean descifrados. Debemos permanecer atentos, modestos y disponibles, para adivinar el desvío de estas manifestaciones y de sus significantes, de imperceptibles pero reales significados que nos orientarán sobre hacia percepciones y, por qué no, hacia otras intervenciones.

 

 

 

 

La escuela implicada.

 

Las mismas hipótesis pueden aplicadas a la escuela. Las diferentes manifestaciones de la violencia verbal, postural y gestual parecen haber tomado, desde hace algunos años escolares, un vigor tal que necesitan proyectos y actos de prevención y de represión que se encuentran ahora sus modos más expresivos a través de la presencia de guardas de seguridad en numerosos pasillos y lugares de descanso o paso de colegios e institutos. Se trata de responder a lo que se ha analizado como comportamientos   sociales, irrespetuosos e incívicos. Las manifestaciones incriminadas sorprenden y escandalizan, las palabras revelan injuria, las posturas provocación y los comportamientos degradación. Los sociólogos, a los que se les pidió ayuda, interpretan este estado de hechos como un desfase entre lo tenido en cuenta y las percepciones de los adultos que se enfrentan a las expresiones y a las intenciones de los jóvenes [ Jazouli A. 1999]. Otros intentan poner al día las construcciones de las representaciones de la gente escolarizada en su colegio, o invitan a reflexionar a cerca de las tendencias pesadas de una eventual anomia social generalizada [ Dubet. F. ; Lapeyronnie D. 2000 ].

Otra hipótesis largamente invocada; las tentativas de depravación harían pensar  a los cambios de humor que una escucha persuasiva puede calmar sino conjurar.

 

Sin contradecir estos análisis, que tienen el mérito de distanciarse o de volver a asegurarse, nos parece posible añadir a esto algunas constantes y algunas cuestiones :

Si volvemos a la primera hipótesis concerniente a los fuegos, al saber, la cultura de la chamicera, practicada por campesinos africanos faltos de espacio doméstico y de tierra cultivable, se podría llegar a decir que las manifestaciones de degradación o de destrucción del bien colectivo reenvían a la traducción de un sentimiento de desapropiación y de una voluntad de reconquista:

Estos actos pueden explicarse, efectivamente, por la frustración sentida por los alumnos, de vivir en los lugares convertidos realmente en comunes y reventados, que ya no pertenecen a nadie. Lugares comunes e inhabitables, en los cuales la ocupación, durante las horas de trabajo o de descanso, supone que no se deje ninguna huella de paso por aquellos que  se espera  por otro lado que se movilicen inmovilizándose en las actitudes y los actos de atención, de escucha, de interés y de trabajo. Estos son también los signos de una inversión de lugares en los cuales deben construirse los saberes, y en donde se asumen los riesgos ligados al aprendizaje y a los descubrimientos, y que no sostienen más que el anonimato de movimientos o de estaciones respetando lo intocable y lo inviolable. Finalmente se cuestiona la diferencia inexplicable entre las clases decoradas de la primaria o las señales que marcan los territorios individuales en las oficinas y los armarios de los talleres y todos los lugares frecuentados por aquellos a los que la edad y la psicología les piden justamente, que se afirmen en pertenencias y referencias de identidad fuertes [ Bordet, J. ].

Se trata pues, de manifestar «claramente» esta necesidad de indicar un « Dasein » y un lugar de paso, por los rastros,  y de especificar a los siguientes que hayan de existir, alguno que ha prestado estos mismos lugares para allí invertir una conquista, el príncipe de Arquímedes por ejemplo, una  búsqueda,  la del acuerdo del participio pasado, o una cuestión, una fecha o un autor. la destrucción significa el primer movimiento de un deseo de recomposición de los espacios y , tras ellos, de las relaciones.

 

 La segunda hipótesis veía el aspecto lúdico de ciertas reuniones alrededor de los chasis quemados, la expresión de una burla que se mofa y desdeña las obligaciones y de los afanes mercantiles referidas a la posesión de un vehículo. No es seguro que las actitudes evaluativas y administrativas, que deciden el paso y las orientaciones, en los consejos o las comisiones, más atentas a las visibilidades institucionales que a las consideraciones familiares, y a fe de notaciones que no dicen nada de los contextos de vida y de las aspiraciones de los anotados, no sean tenidos en cuenta en las actitudes de provocación o de rechazo de una autoridad. Sabiéndose juzgados sin llamada y sin puesta en común de los cuestionamientos ni de las perspectivas, pero en función de contratos generales y de una referencia a la defensa de lo excelso – como imagen legitimadora de las enseñanzas y de la organización - , los que son excluidos de las prácticas de validación positiva  se vuelven en el círculo perturbando el buen funcionamiento de una autoridad decisoria a la cual ellos no reconocen más que un derecho, el de ser  contestado y  puesto a mal mediante algunos desafíos irrespetuosos, es decir ; de la misma naturaleza que la de aquellos a quienes deben responder.

 

  Nuestra tercera hipótesis concerniente a los coches iluminantes era la de una respuesta festiva, por la fiesta, sus resplandores y sus crepitares, dirigida a las luces del centro de la ciudad por los lugares olvidados, iluminados por las luces de neón y las pantallas de los televisores.

Las injurias dañan y sorprenden por su dureza y su abundancia, por lo que no pueden ser más que expresiones – límite, utilizadas cuando todo ha sido dicho, entendido y que ninguna construcción discursiva alcanza a sus fines, es decir, a convencer o explicitar. Éstas atengan a la desacralización de lo sagrado y son la antítesis de la plegaria y de la invocación.     

Súplica retornada, una injuria acarrea otra en el desprecio de sí mismo y la encierra en el no-derecho ( in-jurium) y la imposibilidad de una reconstrucción de la relación  que no sea complementaria en la suciedad y el desprecio.

 

La única defensa tolerada parece ser el mutismo.

 

Se trata entonces de reconsiderar los niveles de discurso y las potencialidades. Sin rechazar el derecho de un adulto a experimentar su desarrollo frente al maltrato lingüístico que sufre y al cual no puede responder más que mediante el desvío a otra violencia, introyectada y desequilibrante, sería interesante analizar las palabras dichas como participando de un analfabetismo social[2]. Las frases aprendidas en el colegio, no habiendo encontrado dónde o cómo ser aplicadas en lo cotidiano, desaparecen progresivamente de la argumentación o de la manifestación y están en su simplicidad y en su aspecto reductor, a distancia de un pensamiento que no encuentra ya las palabras para decirlo, para encontrar su punto culminante en una expresión, la más corta y la más intensa, y por ello la que más marca ; la injuria. Dos fenómenos se entrecruzan y se completan; el adelgazamiento continuo del discurso y su endurecimiento y la necesidad imperiosa de decir, de decirse, en el único registro accesible, el de la emotividad. Los lugares olvidados de la iluminación escolar son entonces reinvertidos de fulgores en los cuales la luz furtiva es una llamada comparable a la que envían al cielo los barcos que se huyan El resplandor hiriente es también lo que queda de las palabras a quienes únicamente un relámpago les permite salir de la noche.

 

En cuanto a la más frecuente de estas injurias, que evoca el referente maternal, pone al día diferentes fenómenos que un análisis un poco atento debería poder explicar.

Es, en primer lugar, la expresión de una constante, la de la relegación social de la madre apoyada en una maternidad venida a menos. Expresión de un sentimiento de pertenencia y de dependencia fuerte de la imagen sacralizada pero destruida por las contingencias, entre vértigos y mutismo, indisposiciones y sustituciones. Es igualmente, la reaparición de esta madre devaluada lo que permite, al insultarla, reinterpretarla en el nombre de un estatuto que ella debe reencontrar, en un proceso catártico y liberador. Es también, la provocación dirigida hacia el insulto al cual se le atribuye la misma representación del valor maternal, entre joya y joyero, para quebrar en otra parte lo que está ya dentro y a través de lo que se siente despreciado y escarnecido.

Estas palabras y estas actitudes tienden a experimentarse en los no- lugares que no ofrecen más que señales, a partir de las cuales construir y construir, y que proyectan sus parroquiales del lado de los afectos y de las frustraciones, frente a los cuales la ley orgánica y simbólica no 3tiene ya efecto.

Se e trata, entonces, de tomar en cuenta estos comportamientos, no como daños sociales sino como llamadas y provocaciones para responder en el sentido[3] dado a las exigencias y a los considerandos. La escuela debería y puede replantearse sus prácticas y sus discursos y reaprender a llevar de otra manera sus misiones de escolarización y socialización. Con la escuela, son los inversionistas sociales quienes serán los socios indispensables de un renacimiento colectivo. Mediante una vuelta a la imagen de la madre educativa como fuerza de inclusión y de reforzamiento de las ataduras de afiliación o de la solidaridad entre vecinos y redes. Por un trabajo de facilitación del discurso, iluminado esta vez por otros fuegos, en los lugares domesticados de las complementariedades y de la palabra reencontrada. Por la recomposición de los lugares y de los momentos de trabajo sobre las bases contractuales y de las enseñanzas con las pedagogías más adaptadas.

Los diferentes ejemplos precedentes muestran de hecho la necesidad de una ruptura epistemológica en la construcción, la transmisión y la evaluación de los saberes, que G. Bachelard presentaba como esencial e indispensable en la larga elaboración del conocimiento objetivo.

 

 

 

Conclusión

Para avanzar en la comprensión de fenómenos incendiarios y sorprendentes, hemos invocado una hipótesis que convoca un reflexión en torno a la práctica conocida de la tradición campesina en África, y  de otros territorios aún sin cercar. La cultura de las chamiceras es, efectivamente, lo que nos aparece como el símbolo más cercano y más explicativo de los incendios provocados por una población sin historia reconocida y sin espacio geográfico que ocupar.[4]

Uno podría igualmente preguntarse, si las respuestas llevadas por los garantes de la serenidad y del ordenamiento social no contienen en sí un poco de esta violencia que buscan atenuar o hacer desaparecer, justamente porque son aportadas en un contexto de urgencia, de duda, de imposición también, debiendo encontrarse la solución a los problemas que acusan las legitimidades, con más fuerza aún que las seguridades.  Como si el golpe volviera a ser la única respuesta al golpe, para quien se siente realmente en peligro. La sociedad sería entonces, en su respuesta, prisionera de una dinámica agónica, y emplearía para apartar la amenaza, los mismos argumentos que aquellos contra los que se bate. Parece entonces que lo que nosotros llamamos las formas de redistribución o de retribución social pudieran hacerse en ciertaos casos  como medios de útiles de defensa de integridades adquiridas y amenazadas, y  así pues por una violencia simbólica mucho más fuerte puesto que hace volver al juego a un producto de la fuerza en donde la desmesura es tanto como lo que está en juego en la batalla, Sin llevar más adelante el análisis, nos parece evidente que las soluciones  avanzadas o las estrategias utilizadas no tienen más que una pertinencia, la de ser por ahora las únicas intencionadas y aplicadas.

Las pistas anteriormente evocadas no tienen la pretensión de responder a todas las cuestiones y aún menos a ser concluyentes, pero podrían servir para abrir el debate y algunos espacios de trabajo, en primer lugar, y después de acción. Efectivamente, es indispensable, a nuestro modo de ver, para avanzar en la búsqueda misma modesta de respuesta a estas situaciones que interpelan a un ordenamiento social apenas vuelto de la guerra, de deshacer los considerandos, las creencias y los proyectos anunciados, para, extrayendo de ellos otras perspectivas y otras proposiciones, ver otras definiciones.

 

Henri Vieille-Grosjean



[1] como en coloquios sobre las relaciones padres-escuela, por ej., Charleville Maizières o Reims, por citar los más recientes (mars 2004)

[2] invitación a dejar atrás la concepción de analfabeto como únicamente ligado a los desaprendizajes ortográficos y terminológicos sinó a considerarla igualmente en la atrofia progresiva del discurso quien mucho abarca  y poco aprieta y en el cual la degeneración va a reducir las formas y los campos de socialización.

 

[3] La noción estando en redescubrir en sus tres dimensiones, la del eros, que hace referencia a las percepciones sensibles, sensuales y a los sentimientos, la del logos, que  mira la lógica y el discurso de la razón y la de muthos, que cuestiona la dirección y la salida, el origen y la finalidad.

 



 

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